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Un cuento Tosfritero de Navidad: Carolina y la magia de compartir

Carolina, una chica muy alegre, extrovertida, curiosa y amable, se acababa de mudar a vivir fuera de su país de origen. No tenía problemas con el idioma, toda su infancia tuvo que ver películas, series y programas en inglés por no saber configurar la TV de otra forma. Lo que al principio parecía una tortura, ahora se había convertido en una habilidad adquirida con facilidad (ahorraría mucho en academias de inglés).

Sus hobbies favoritos eran tocar la batería, charlar a todas horas con quien fuese, pasear a su perro Rodolfo y tratar temas sobre la sostenibilidad; ir a charlas, a manifestaciones, a reuniones, encuentros, seminarios… llevaba una vida muy activa, menos por redes sociales. Instalarse Instagram, Tiktok, Twitter… era su última opción. «Las neuronas deben de estar conectadas con la vida y desconectadas de las redes sociales», decía.

Esta era la filosofía de vida de Carolina. Además, le encantaban los chistes y las bromas simples (humor básico como el de tu tío Pepe). Las más habituales eran: ¿eres de Carolina del norte o de Carolina del sur?; a Carolina le gustan las cosas caras; Carolina no me trates mal, no me arranques la piel… Cada uno vive la vida como quiere, y Carolina no tenía ningún problema en que sus amigas le hiciesen estas bromas unas 3 veces por semana, más no, no nos pasemos. 

En uno de los paseos donde Carolina y Rodolfo iban hacia el campo, el viento comenzó a soplar demasiado fuerte. Rodolfo la miró, pidiendo ayuda porque el viento le empujaba y al ser un chihuahua, no podía tener en pie sus pequeñas patitas diminutas. Los dos decidieron que sería buena idea ir a un refugio y evitar estar ante un peligro atmosférico natural.

Sorprendentemente, encontraron una cueva, amplia y segura. Carolina y Rodolfo se sentaron en el suelo, cansados y desesperados porque el fuerte viento dejase de soplar. Al apoyarse, una puerta mágica se iluminó al fondo de la cueva. 

Carolina, una chica demasiado curiosa, hizo lo mismo que hacen todos los protagonistas en las películas de miedo; bajar al sótano. ¿QUÉ? No entiendo nada, ¿qué es esto Rodolfo? (se preguntaba Carolina). Un olor especial inundaba sus orificios nasales como en “La Fábrica de Chocolate”. ¡PASILLOS REPLETOS DE PATATAS FRITAS! Totas sabor Barbacoa, Apetinas, Torcis, Panojitos, Kaskys… ¡NO ENTIENDO NADA!. 

“Oh Rodolfo, este será nuestro secreto más íntimo, nadie puede encontrar el templo de las patatas Tosfrit”, decía Carolina. 

El fuerte viento acabó, y decidieron irse a casa como si no hubiese pasado nada. Pero cierto es que Paquito, un chico de su clase, se dirigía hacia el río y los vio salir de la cueva. Paquito siempre había admirado la personalidad y alegría de Carolina, pero aquello le parecía muy raro. Paquito investigó pero nunca llegó a entender nada de lo que pasó aquel día: una chica SOStenible, con PErro, CHArlatana,  artista con la BAtería… ¿qué hacía en una cueva y saliendo a hurtadillas? Intentaba encajar las piezas del puzzle, pero lo único que SOSPECHABA Paquito es que Carolina tenía algo entre manos.

Tal vez nunca llegaría a saber la verdad. ¿Qué tendría entre manos Carolina? ¿un plan secreto, un tesoro mágico, un descubrimiento abismal?

Mientras tanto, Carolina, en su casa, no pudo dormir en toda la noche. Dudaba si realmente debía mantener su descubrimiento en secreto, o compartirlo con todos sus amigos. Total… ¡había snacks para todos! Cuando contaba Carolina a su perro cuál era su dilema, a Rodolfo, como si del reno de Papá Noel se tratase, se le iluminó la nariz. Carolina entendió que eso significaba que debía compartir.

Al día siguiente, propuso a sus compañeros y amigos ir de excursión al bosque por la tarde, muy emocionada. Los que se sumaron al plan, incluído Paquito, quedaron alucinados por aquel templo. ¡Y estuvieron disfrutando del tesoro todos juntos durante años!

Así fue como Carolina comprendió que la magia siempre está en compartir, como dicen en ese anuncio de cada año cuando se acercan las navidades.